Recuerdo perfectamente, cuando de camino a la parada del autobús me apetecía comerme el almuerzo que me habías preparado para la hora del recreo y algo dentro de mi me frenaba, y, si lo hacía, el sentimiento tan grande de culpabilidad que me invadía.
Incluso el nudo que se me hacía en el estómago la última noche antes de volver al cole, después de las vacaciones de verano; ese sentimiento que me torturaba y me decía que no había pasado el suficiente tiempo contigo.
Todavía me acuerdo de cuando dormía en tu cama, y en mitad de la noche me despertaba y sólo quería abrazarte.
O de cuando veíamos la tele juntas sin poder evitar cogernos fuerte de la mano.
Pero, si hay algo que recuerdo, es lo que sentí el día en que saliste por la puerta de casa para volver de nuevo al hospital. Algo dentro de mí me dijo que no volverías y por un instante degusté el sentimiento más amargo que jamás antes había probado.
Fue el día en el que comprendí el significado de la palabra dolor.
Es ahora cuando lo pienso cuando entiendo que, de alguna manera, siempre supe que te marcharías.
Es ahora cuando quisiera creer que de nuevo habrá alguien que me conozca tanto como tú lo hacías, que con sólo mirarme me entienda, que con sólo tocarme me calme, que con sólo estar a mi lado me baste, que con su sola existencia me haga sentir de nuevo a salvo.
Pues, desde que te fuiste, algo dentro se me rompió y se apoderó de mí un vacío que durante muchos años intenté llenar de miles de estúpidas maneras.
Creo que desde ese día ya no soy la misma.
Incluso sé que todavía sigo enfadada con la vida.
Pero es mi tarea pendiente, la que me acompaña desde entonces y la que me corresponde, sin más.
La que tendré que ir arreglando poquito a poco y con paciencia para así ir limpiándome y deshaciéndome de ese sentimiento de desamparo que en ocasiones todavía se apodera de mí.
La que me hace entender y valorar muchas cosas que quizás de otra manera nunca hubiera comprendido.
La que me obliga a pensar que así es.
La que me lleva a creer que seguramente todo sea mejor así.
La que ha puesto en mi mirada este toque de melancolía.
La que ha hecho que mi corazón siga todavía en reconstrucción.
La que en ocasiones quiebra mi voz cuando hablo de ti.
La que me llena de todo este amor que me dejaste,
Y la que me susurra que, seguramente, los ángeles tenían mejores planes para ti…
Qué grandes los días en los que el aire olía a que todavía estabas aquí.
Gracias por tanto de todo lo bueno.
Hasta siempre mamá.
Qué grande Susi!!!
ResponderEliminarTocado y hundido!
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