En mis 31 años que llevo observando el mundo, siempre he tenido la impresión de que los japoneses son una especie superior. Y no lo digo en modo “jo tia es que Japón mola mogollón”, no; lo digo desde una parte de mi muy profunda y muy sensitiva que puede ver más allá de todo lo aparentemente epidérmico, (para los de la LOGSE, relativo a la epidermis, es decir la piel; vamos una manera de decir superficial, cojones).
Pues no hay calaña humana más exquisita, delicada, simple y pura.
Una de las cosas que más me sorprende de ellos, es comprobar una y otra vez, que parece que han sido “elegidos” con el don de “da igual lo que te pongas, te va a quedar bien”. Acojonante.
Quiero decir, que si se ponen un wáter en la cabeza tapizado con un estampado otoñal, un taparrabos con forma de ensaimada, un sombrero tipo “Manolete” bajo el brazo y todo ello combinado con la bandera del Albacete balompié como fular, a ellos les queda bien, es más, tendrán, como siempre, ese toque tan elegante, delicioso y fino que tanto les caracteriza.
Y claro, esto tiene un significado mucho más trascendental de lo que aparentemente pueda parecer, y es que, cuando alguien se viste sintiendo lo que se pone, el resultado es precisamente ese, bueno, yo estoy convencida de que hasta los ciegos saben cuando están al lado de uno de ellos.
Ocurre lo mismo cuando cocinan; de hecho, uno de sus principios es que cuando lo hacen, tienen que estar de buen humor y llenos de energía positiva, puesto que esto afectará directamente en el resultado de tan preciado manjar. ¿No es maravilloso?
Todo ello sin mencionar la paz y el equilibrio interior que transmiten, siempre tan relajados oye.
Quitando esto último, y sopesando el sentimiento tan grande y el respeto que generan todos ellos en mi, a veces tengo la sensación de que en mi vida anterior fui japonesa.
Y si no, !yo de mayor quiero serlo!
Eres genial, me ha encantado.
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